Llegó por primera vez a las carreras en 1957, con 19 años, de la mano de un amigo que llevaba tiempo insistiéndole en que tenía que ir al hipódromo. Su primera toma de contacto fue una mañana de galopes y fue amor a primera vista. Ante el estupor de sus padres salía de su casa a las 5 de la mañana para ir andando al hipódromo. Siempre disfrutó más en los galopes que en las propias carreras, por ser un espectáculo más puro y por la cercanía con la gente de los caballos a los que siempre apreció y admiró.

Abandonó su abono del Atleti y fue atrayendo a sus mejores amigos del fútbol al hipódromo como a Carlos Serra. Poco a poco fue introduciéndose en el mundo de la Poules donde al principio ganó concursos de pronósticos y fue alcanzando diversos cargos. Pronto le atrajo el mundo de las tablas, ya que era posible acertar al ganador dedicando suficiente tiempo y esfuerzo a estudiar las carreras y mi padre era muy concienzudo, nunca hacía las cosas a medias.

Mi madre le conoce ya como aficionado. En la época los novios se veían los domingos por la tarde, pero en este caso eso no era posible, ya que había carreras, que ya entonces era una frase lapidaria. Si había carreras no se podía hacer nada más y todos a su alrededor reconocían la sacrosanta imposibilidad de contar con él, adecuándose las celebraciones familiares al efecto. La verdad es que no tengo muy claro que el resto de la familia lo comprendiera muy bien, lo que si se, es que si había carreras no había opción de contar con él.

A principios de los 60 se aficiona a la fotografía, hace algunos cursillos y a partir de ahí nunca le abandonará su segunda gran pasión. Las primeras fotos de caballos que hace son algo muy habitual hoy día, pero fueron una innovación suya: las tiras de la llegada.

Como tablista las distancias en la llegada eran vitales para poder establecer bien los valores de los caballos y muchas veces estaban mal calculadas en el acta de carreras. El tener una foto que marcara exactamente las distancias en la meta daban una gran ventaja a la hora de establecer sus tablas. Su amigo Miguel Ángel Ribera le animó a que las publicase en su revista Pura Sangre y a partir de ahí empezó a colaborar con diversas publicaciones el resto de su vida.

A partir de mediados de los 60 empezó poco a poco a apostar más junto al añorado José Luis Meroño, con grandes resultados. En casa entraban dos sueldos: el de su trabajo -como economista- y el de las apuestas. No sólo acudía a diario a los galopes, sino que tenía una gran red de amistades y contactos con lo que controlaba lo que sucedía en las cuadras.

Nunca preguntaba por un caballo de cara a la carrera del domingo siguiente, sino que se interesaba por el caballo unas semanas antes. Llevaba unas fichas de cada caballo en las que apuntaba cualquier detalle, le dedicaba muchas horas al estudio de las carreras alcanzando su zenit durante la época dorada de la QH lo que le hizo ganar muchas de las quinielas más jugosas de la época. Por aquel entonces existían dos grupos de jugadores que se llevaban las grandes QH el de mi padre y el de su entrañable amigo Javier Pradera.

Gracias a una buena apuesta en 1979 fue propietario de un caballito llamado El Piyayo, con el cual ganó 6 carreras, gracias a la magnífica labor de Florentino González.  Disfrutó muchísimo, una vez acabó la gratificante experiencia echó números, vio que teniendo muchísima suerte sólo había salido comido por servido y decidió no ser propietario nunca más. Esta cualidad analítica es la que le hizo ganar en las apuestas y por la que dejó de apostar cuando consideró que no era posible ganar.

Pero la fotografía cada vez le interesaba más, ya fue fotógrafo de carreras en la revista de Ota Griñán Corta Cabeza y de allí pasó a Recta Final donde empezó a escribir de turf internacional y que marcó su época más feliz en el hipódromo ya que le permitió viajar para cubrir para la revista y el Diario As diversos eventos internacionales. Yo una vez que le acompañé me asombré de lo conocido que era, quedé anonadado cuando el Sheikh Mohammed le saludó en el paddock.

Nuestra vida familiar se mecía al ritmo de las carreras de caballos, los domingos no podíamos contar con él, los sábados por la mañana tampoco, los lunes por la tarde no podíamos ver dibujos animados en la tele porque estaba revisando los videos de las carreras del domingo.

 Las vacaciones familiares eran al Puerto de Santa María o San Sebastián donde curiosamente había hipódromos. Si viajábamos a Inglaterra acabábamos en Sandown Park viendo a Reference Point ganar el Eclipse, si estábamos en Galicia un día se escapaba a ver la Yeguada Pereira… para mi madre era una pesadilla y supongo que cuando mi hermano y yo tuvimos la epifanía hípica en el año 1983, la cosa empeoró porque en casa sólo se hablaba de caballos. A mi hermano pequeño no le gustan las carreras, pero aun así no escapó ya que le lio para que hiciera la web equijar.

La crisis del hipódromo fue durísima para la familia ya que coincidió con el cierre de la empresa donde trabajaba desde hacía 30 años, en los estertores del sarasolismo tuvo un muy sonado incidente con el infausto Sarasola durante una cena de la Breeders Cup, recuerdo que lleno de rabia llamó a mi padre purista y que los puristas eran los que estaban hundiendo las carreras….

El cierre del hipódromo fue un mazazo terrible, siguió involucrado, viajando muy a menudo tanto a Lasarte como a Pineda y después a Mijas, Dos Hermanas o a todo aquel sitio donde se dieran carreras, pero echaba de menos el día a día que sólo lo mitigaba visitando a Ovidio que permanecía luchando como un titán en el hipódromo. Siempre decía me voy a dar ánimos a Ovidio, pero creo que era más bien al revés.

La reapertura fue una época maravillosa, ya totalmente dedicado a la fotografía, colaborando en A Galopar y siempre yendo a los galopes donde disfrutaba junto Jesús Fernández Mur, Armando y demás amigos. Los últimos años tenía muchos dolores de los que no supimos el origen, pero seguía asistiendo a las carreras, desplazándose de un sitio para otro sin parar, con las pesadísimas cámaras en ristre, yo hasta que no asumí la responsabilidad de las fotos no fui consciente de lo extenuante que es un día de carreras así.

Nos preocupamos muchísimo el primer día que dijo que se encontraba mal y que fuera yo sólo al hipódromo, ya que toda la vida se había curado milagrosamente los domingos por la mañana de cualquier enfermedad para recaer por la noche una vez que estaban las fotos reveladas. A los pocos días fue al hospital donde su gran preocupación era el retraso acumulado en las bases de datos, hasta el último día respiró turf y el que se le recuerde unos años después nos llena de orgullo por que da sentido a todo, gracias al Hipódromo de la Zarzuela ya Pronoturf por recordarle.